Shake those windows.
Miro por la ventana y me parece mentira que haya pasado un mes. La mañana sigue siendo joven y está lloviendo. Es esa lluvia fina que también ha estado ahí otros días. Esa que hay que enfocar la vista en algún fondo oscuro para poder notar que está cayendo. El silencio, otro que siempre está ahí, es ahora mismo mucho más potente de lo que será luego cuando las persianas se muevan y todas esas ventanas que ahora están cerradas, y que parecen iguales, vuelvan a menearse. Cuando vuelvan a recordarme que detrás de cada una de ellas existe un universo tan rico y complejo como el mío.
En algún momento del días volveré a ver esas caras que ya se han hecho recurrentes. Esa madre y esa hija, zurdas las dos, que viven solas y que parece que no tienen sitio para una sonrisa. Ese señor brillante y sin pelo que, por otro lado, siempre está sonriendo; cuando fuma, cuando toma el sol sin camiseta o cuando simplemente se dedica a mirar. Esa señora mayor que parece que hace tiempo que perdió sus recuerdos y que otra señora, latinoamericana en este caso, tiene que recordárselos cada día. El señor que barre la cocina con camisa planchada y pantalones de pinzas, y que suele cerrar la ventana justo en el momento en el que la mayoría salimos a aplaudir. Esa chica, que no tiene reparos en asomarse con bata o una toalla anudada en la cabeza, que no la conozco y que me cae bien. Esa otra que todos los días hace su tabla de gimnasia. Esos niños que han llenado de dibujos los cristales de su casa, o esos otros que todas las noches se asoman a la misma hora buscando algo que seguramente no encuentran. Esa señora que riega todos los días unas plantas que son tan bonitas que parecen de plástico. Esa adolescente invisible que todos los días se empeña en percutir los cimientos de la finca con el subwoofer de una potente cadena de música que maltrata con música electrónica de la peor calaña. Esa pareja que siempre aparece cogida de la mano. Ese chico que siempre saluda sin que nadie sepa exactamente a quién, ni por qué.
No, no parece que haya cambiado mucho el panorama en todo este tiempo. Ni siquiera creo que sea una época que vaya a quedarse dentro de mi cabeza con vocación de durar mucho tiempo. El día a día, me refiero. No creo que sea capaz de conservar con suficiente fidelidad esa sensación tan rara que se ha instalado en mi cabeza y en mi cuerpo. Esa intranquilidad constante que es difícil saber de dónde viene. Ese dolor de cervicales que es la firma de autor de la consiguiente inactividad. El pelo largo que no para. La barba que se reproduce imparable. La sensación que deja en el alma una larga espera que sigue sin tener fecha de vuelta. Las películas que no entran. Las canciones que no salen. Las ideas que se retuercen en el cerebro en una suerte de ejercicio cansando e inútil. Las rutinas estúpidas. Las rutinas que no son tan estúpidas. Las horas que se marchan sin haberse despeinado. Las horas que nunca terminan de marcharse. Pareciera un sucedáneo de verano que en realidad ni siquiera lo es. Uno en el que es imposible mantener la concentración cuando te molestan cada cinco minutos. Uno en el que tú también molestas cada cinco minutos la concentración de otros. Uno sin fotos, ni anécdotas, ni vídeos recuerdo. Uno que se vive sin saber cómo acaba, ni dónde estarás después.
Miro por la ventana y veo el suelo de grafito. Los pasillos de terraza. Los desagües trabajando. Las jardineras silenciosas. Las puertas cerradas. las flores que han mantenido la dignidad durante todo este tiempo. El agua que fluye a través de un azul que es mentira. El jardín solitario. Esas hojas que apenas se mueven porque aquí dentro la brisa se transforma en una categoría de suspiro que es inofensiva. Nadie camina, por supuesto. Mucho menos a estas horas en las que muchos están todavía arañando minutos a ese sueño presuntamente reparador.
Hoy el gobierno ha levantado una de las restricciones de movilidad que teníamos encima. Miles de personas tienen previsto volver al trabajo para intentar reactivar esa economía que dicen que está muerta y que será la que, al parecer, cercenará nuestra vida cuando volvamos a ser capaces de abusar de ella. Los ratios de fallecimientos y contagios han disminuido considerablemente, y aunque siguen sin estar en una situación de seguridad, parece que ya no hay vuelta atrás. Me temo que hoy nos montamos en la rampa de salida por mucho que, llegado el día, sigamos sin poder quitarnos la incertidumbre, las reservas o el miedo.
Así que esperaré pacientemente mi turno desde el mismo sitio en el que he estado todo este tiempo. Aquí, al lado de la ventana. Esperaré la llegada de ese día en el que vuelva a vestirme con ropa de salir a a la calle y pueda ponerme a pedalear. Lo haré intentando conservar la calma y las energías. Escondiendo la ira. Enseñando la mirada. Tratando de encontrar razones y preguntas, que por otro lado es lo que hago siempre. Intentando hacer eso que nunca hago, que es contar hasta diez antes de tirarme a la piscina. Trataré también de limpiarme el cinismo cada noche para evitar que se acumule. Seguiré viendo cómo se menean las ventanas desde detrás de la mía, pero a partir de ahora lo haré en silencio.
Shake those windows - Athlete (2003)