The way you do the things you do.
Hace varios años que no sé lo que pasa en la televisión en abierto. No es esnobismo sino supervivencia. Aunque la inercia de mis años mozos me hacía ponerme delante de la pantalla como todo el mundo, un día me di cuenta de que en realidad me aburría bastante lo que pasaba allí dentro. Así que dejé de verlo. En ese momento, además de tener mucho más tiempo para otras cosas, aprendí que no me hacía falta tener aquel aparato encendido para estar informado de lo que pasaba en el mundo. Es más, creo que muchas veces hasta era mejor tenerlo apagado.
Es probable que ni siquiera tenga sintonizados todos los canales que hoy se pueden ver con una antena normal (no lo sé), pero el caso es que ayer, por alguna razón, la televisión estaba puesta en alguna emisora en abierto. Lo sé porque vi algo que hacía mucho que no veía: anuncios de televisión. Y me sorprendió mucho, porque la gran mayoría de ellos, desde supermercados a entidades bancarias, tenían como leitmotiv el dichoso confinamiento. Es decir, en menos de veinte días, y en las actuales circunstancias, esas empresas habían estirado su imaginación para escribir, grabar, editar y emitir un comercial que tuviese como eje central precisamente eso que sujeta ahora nuestras vidas. Bien por ellos.
Eso me hizo sentir curiosidad por ver cómo habían resuelto esa misma coyuntura los programas de televisión que se emiten en directo, o en falso directo, y volví a llevarme una sorpresa positiva. Ahí estaban. Adaptándose a las circunstancias con más o menos habilidad (imagino que la misma que tenían antes) y haciendo lo que saben hacer con los recursos que tenían a mano. Extrapolando ese mismo tema al resto del universo cotidiano, me doy cuenta de que eso es lo que hemos hecho todos los demás. Los niños estudian en aulas virtuales que antes no existían, las reuniones se hacen desde casa, los músicos dan conciertos desde un comedor, los escritores imparten talleres desde la cocina, las infraestructuras críticas siguen funcionando, los periodistas informan, las entidades bancarias siguen dando servicio…
Teniendo en cuenta todo lo anterior me produce mucha más tristeza todavía comprobar que más de un mes después, con un estado de alarma publicado en el BOE, con hoteles haciendo de hospitales, pabellones deportivos haciendo de morgue, y en unas circunstancias que justifican casi cualquier cosa, España, como país, es incapaz de fabricar mascarillas o respiradores. Y no es un capricho político o negligencia en la gestión. Es incapacidad real. ¿Por qué? Pues porque no tenemos nada de lo que hace falta para hacerlo. Ni los materiales, ni las máquinas, ni (seguramente) el conocimiento. Es igual de complicado salir ahora a comprar todo lo que se necesita para hacer mascarillas que comprar las propias mascarillas en ese mercado infernal en el que hoy se venden.
En realidad nos falta de todo para fabricar casi cualquier cosa y esto de las mascarillas (o los respiradores) no es más que un ejemplo. ¿Por qué es así? Pues porque un día decidimos zambullirnos en las teóricas maravillas de la globalización capitalista y prescindir de la industria, de la ingeniería y de la ciencia como una opción de futuro. Era lo más “lógico” para un país como el nuestro, decían. ¿Para qué queremos potenciar eso tan engorroso de la industria, que es algo que requiere estudiar, inversión, investigación, mantenimiento y materia gris?
Hoy nos tiramos de los pelos (a ver lo que dura), pero a nadie le importó demasiado en su día. Ni a los de la presunta izquierda, ni a los de la presunta derecha. De hecho, los dos hicieron lo mismo. Era mucho más fácil vivir del sol y del cuento. De lo inmediato. De la playa, del ladrillo y de comprar o vender productos financieros. Así que llenamos el país de gestores, de empresarios, de camareros, de albañiles y de pensadores. Muchos pensadores; ocupando los micrófonos, las columnas y los ministerios. Pensadores infestando las tertulias, ya fuese para hablar del ingeniería aeronáutica, de economía circular o de literatura casquivana. Y no sólo dejamos de pensar en cómo hacer y fabricar cosas, sino que vendimos (o jubilamos) lo que ya sabíamos hacer. Los medios de comunicación (y sus locos seguidores) decidieron que “tecnología” era exclusivamente sinónimo de “cosas de ordenadores y teléfonos” y con eso nos fuimos a vivir. Ni siquiera nos preocupamos por mantener lo que ya teníamos porque eso era engorroso, feo, caro y poco elegante. Poco moderno. Poco cool. No quedaba bien en la foto. Total, si era mucho más barato comprarlo todo fuera.
Hasta que dejó de serlo.
The way you do the things you do - The Temptations (1964)
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