Not Guilty.
Leí una frase de Arthur Miller que decía que los sentimientos de culpa son muy repetitivos; que se repiten tanto en la mente humana que llega un punto en el que te aburres de ellos. Puede ser. Una de las cosas de las que me he dado cuenta estos días es esa necesidad innata que tenemos los humanos, al menos los humanos que me rodean, de buscar un culpable para todo lo que nos pasa. Las cosas nunca ocurren porque tengan que ser así o porque algo externo las provoca; las cosas siempre ocurren porque es culpa de alguien.
¿Es así? No lo tengo tan claro.
Aunque pueda parecer otra cosa, si estamos encerrados desde hace días no es porque alguien lo haya decidido así, sino porque una crisis sanitaria de alcance mundial nos ha obligado a ello. Podemos discutir (y mucho) sobre la forma de ejecutarlo, el momento, la rapidez, el tiempo necesario, las represalias con los rebeldes, las medidas compensatorias para los afectados, la previsión que se hizo, la previsión que se dejó de hacer, los medios técnicos que se acopiaron (o no) para combatirlo y un montón de cosas más que evidentemente afectan al éxito de la gestión de una crisis como esta, pero el culpable de que estemos encerrados en casa, para desgracia de más de uno, me temo que no tiene cara ni ojos. Si estamos así no es porque alguien lo haya decidido desde el fondo de su rencor sino porque hay un virus pululando por el mundo que mata al 10% de los que se infectan.
Pero quizá por esa sentimiento de culpa que nuestra tradición cristiana nos endilga desde que nacemos, parece que necesitamos personalizar en alguien cualquier tipo de responsabilidad. Y lo hacemos, claro. Desde cualquier esquina y desde cualquier ángulo. Algunos para apagar su frustración (la mayoría), otros para ocultar sus propios errores y también los hay que, estirando la miseria hasta el límite de lo miserable, intentan obtener ganancias en río revuelto.
Y no es que quiera quitarle importancia al asunto, ni disculpar decisiones que son difíciles de disculpar (Dios me libre), pero me cabrean los oportunistas, me enfadan los que hacen leña del árbol caído, y me sublevan los que sólo saben defenderse atacando. Especialmente en una situación como esta, en la que es más que evidente dónde está el enemigo. Decía Eric Hoffer que jugar limpio significa, ante todo, no culpar a los demás de nuestros errores. Yo también estoy en esa línea. Un compañero ucraniano que conocí en un proyecto me contó un refrán ruso que aplica también en este caso: si cada uno barriera delante de su puerta, ¡qué limpia estaría la ciudad!
Así que sí, es un buen momento para mirarse a uno mismo antes que a los demás. Para diferenciar entre ser culpable o responsable; entre hacer o dejar de hacer. Para saber que criticar, especialmente a posteriori, es algo que sabe hacer cualquiera. Para darse cuenta de que destruir es infinitamente más fácil que construir. Para entender que los tuyos somos todos. Para distinguir entre equivocarse y tratar de hacer daño. Para recordar que no hay nada como estudiar de algo durante años para saber de algo. Para asimilar algo tan evidente como eso de que el hábito no hace al moje y que una gorrilla de colores o un cargo entregado a dedo no cambia tu capacidad previa. Para afrontar los errores con humildad y no con soberbia. Para asumir que la lluvia cae para todo el mundo, pero que mientras unos las recogen para beber, otros se ahogan en ella.
Decía Michel de Montaigne que a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa. Pues eso.
Not Guilty - George Harrison (1979)
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