Día 15

domingo, 29 de marzo de 2020

Sunday.

Hoy es domingo. Y hace un sol espléndido. Y estoy seguro de que ahí fuera hace también un día maravilloso, de esos que solamente puede ofrecer una ciudad como esta en la que la primavera no existe y el verano suele tomar el testigo directamente del propio invierno. Uno de tantos días que fueron ayer y que hoy, siendo el mismo, es diferente.

Podría pensarse que es difícil saber qué estaría haciendo en circunstancias normales, pero en realidad no lo es tanto. Si me sujeto la nostalgia y contengo las hipérboles es probable que ahora mismo, por ejemplo, estuviese viajando en metro camino de alguna librería del centro. Y es curioso porque lo que mi conciencia echa de menos no es comprar un libro, que tengo todavía varios sin leer en casa, sino el camino hasta ese momento. El rato de soledad rodeado de gente que no conozco. Escuchar el peso de la civilización en sitios como Callao o Sol. El olor del papel sin tocar. Buscar entre las novedades y sorprenderme con lo que se me había pasado. El color de Madrid a la hora del aperitivo. Pasear por esas calles estrechas, retorcidas y contrarias a cualquier lógica urbanística, de las que ya estaba enamorado antes de tener que echarlas de menos.

Es probable también que hubiésemos quedado a comer con alguien, querido o no, porque aunque no fuese un cita que me hiciese especial ilusión es algo que echo de menos igualmente. Echo de menos tener que vestirme medianamente decente, descubrir un sitio nuevo, acabar en una sobremesa etílica que me hiciese añorar una siesta que nunca me tomo, o simplemente compartir una botella de vino con otra gente. Seguramente me tocaría recorrer un tramo de Recoletos a pie, viendo las filas de turistas que se agolpan a las puertas del Prado o del Thyssen. O puede que hubiésemos apostado por lo exótico y hubiese que subir por esa cuesta infernal que une Lavapies con Anton Martin. O atravesar el pasadizo de San Ginés para llegar a ese restaurante que nos gusta tanto. O mucho mejor, ir a comer el cocido de mi madre (¡a mi casa!) y darme una vuelta por el Puente de Vallecas antes de encontrarme en la puerta con mis antiguos vecinos.

Es probable que comiésemos en casa y no tuviese mucho que hacer y que de camino a comprar el pan me desviase para ver si han puesto algo nuevo en el Matadero, o para tomarme un vermut de grifo con algún padre de los que he conocido a través del colegio de las niñas, que me cae genial, y que tendría tan pocas ganas de volver a casa como yo.

Es probable que hubiésemos ido (otra vez) al Museo Arqueológico para ver (otra vez) la sección dedicada a los antiguos egipcios, o a la casa de Sorolla para ver ese cuadro que le gustó tanto a Maite, o a ese pequeño museo de dibujo que hay por Conde Duque y que nunca me acuerdo de cómo se llama, o a esa tienda de productos italianos que hay en Ríos Rosas, o una sesión temprana de Cine, o a ese teatro desvencijado, cerca del Puente de los Franceses, al que hace tanto que no vamos.

Y es probable que hoy jugase el Atleti en casa y estuviese preparándome para ir. Echo mucho de menos ese momento. El viaje hasta allí, momento en el que mi amigo Teno y yo aprovechamos para arreglar el mundo. Buscar a mi hermano y a Richy en el parking del estadio para tomarnos unas cervezas con ellos y echarnos unas risas. El paseo hasta la puerta sorteando gente sonriente y humanos adultos que gritan o cantan vestidos de rojiblanco. Retrasar el acceso a la grada porque me he encontrado en la entrada con algún conocido que profesa la misma religión. Encontrarme arriba con Iñako, y con Manuel, y con Sandra, y con ese señor que se sienta a mi lado, con el que me abrazo cuando metemos gol, con el que comento los cambios tácticos y que no sé cómo se llama. Echo de menos los nervios, y la emoción, y las risas, y hablar de series de televisión durante el descanso. Y es curioso porque ahora mismo me da igual el rival, o el juego o la alineación. Es más, lo de ganar o perder me parece un detalle completamente irrelevante.

Sí. Definitivamente, echo mucho de menos los tiempos en los que nos quejábamos de estupideces.

 Sunday - Frank Sinatra (1954)

 

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