A smile in a whisper.
Ayer, a las tres de la tarde, decidí cerrar la oficina.
Llegaba el fin de semana.
Había que hacer balance.
Sí…
Una anécdota inteligente en un cuento de Cheever. Dos vecinas desconocidas cantando “Resistiré”, completamente fuera de tono (y de ritmo), mientras se abrazaba la una a la otra, moviendo una linterna e incapaces de contener la risa. Un amigo lejano que en mitad de una videoconferencia intrascendente se levanta para coger algo y descubre que sólo lleva puestos unos calzoncillos. Las fotografías que aparecen el principio de la película “vacaciones”. La risa sincera de una niña que está abrazada a mí mientras ve las fotografías que aparecen el principio de la película "vacaciones". Descubrir el disco recopilatorio de un tipo que no conocía (Ian Prowse). El vídeo de una comunidad de vecinos valenciana haciendo una mascletá con globos. El primer capítulo de la tercera temporada de Westworld. El hecho de que mi jefe descubra hoy, en el año 2020, el mundo digital. Escuchar el Monk’s Dream por los auriculares pasada la medianoche y cuando todos los demás están ya dormidos. Los vídeos caseros sobre un Apocalipsis zombie que un buen amigo nos envía todos los días. Abrir la nevera y comprobar que todavía está esa Ichnusa de medio litro que sin querer nos trajimos en la maleta desde Cerdeña. Leer lo último de Nickolas Butler. Esos momentos en los que la comunicación no va bien y acabamos hablando todos a la vez, o contestando a cosas que nadie ha preguntado, o sobreponiendo conversaciones que ya en origen eran absurdas y que indefectiblemente acaba en risas. Aplaudir todos los días a las ocho de la tarde. Saber que alguien, alguna vez, lee esto que escribo. Comer y cenar todos juntos, todos los días. Una canción que acabo de escribir en Si bemol y con ritmo de seis por ocho (y que no tiene título). Volver a escuchar el Harvest de Neil Young después de mucho tiempo. Saber que mi madre ya no tiene fiebre. Ver bailar a esa otra niña que vive bajo el mismo techo que yo y a la que le basta hablar con sus amigas para sonreír. Abrir otra botella de vino.
Pero no…
Notar que el tiempo se ralentiza cuando quieres que pase rápido. Saber que mi madre tenía fiebre. Discutir con cualquiera, de cualquier cosa, sin razón aparente. Renunciar a comer pan del día. Encender la radio por las mañanas. Encender la televisión en cualquier momento. Recorrer el TimeLine de twitter a toda velocidad para evitar las peleas sobre política barata. Saber que mi amigo Juan, enfermero en el 12 de Octubre, lo estará pasando mal. Comprobar que las casas de apuestas siguen funcionando. Tener que soportar la vibración de las paredes porque el vecino de arriba ha vuelto a poner una música (de mierda) a todo volumen. El desprecio, físico y digital, de todos esos que ya meaban colonia antes de todo esto y que la siguen meando después. Las agencias de rating. Saber que alguien ha decidido que ese portero de nuestra comunidad que hace pocas semanas tuvo un infarto tenga que seguir viniendo a trabajar. Pensar en la cantidad de gente que, como mi hermano, han sufrido un despido temporal. Pensar en la cantidad de gente que, como mi primo Ruben o varios amigos, han tenido que cerrar su negocio y que pasan las noches tratando de perfilar una incertidumbre que no se va a ir en breve. Que la bolsa siga abierta. Las noticias que llegan desde ese hospital en el que está peleando un amigo de mi padre. El quiebro en su voz cuando él mismo me lo contaba. El dolor de cuello y de espalda que intuyo irá cada vez a a más. Los silencios prolongados. Los vídeos de gente que se piensa más lista que los demás. No poder dormir. La gente (y las empresas) que sacan beneficio de todo esto. El dolor real de tanta gente que no conozco. El olor tan amargo que tiene la resignación. El no saber qué va a pasar.
Pero es fin de semana y a eso me agarro. Y sé que volveremos a reír y a dejar de hacerlo, porque así es también la vida cuando no puedes salir de casa.
A smile in a whisper - The Fairground Attraction (1988)
0 comentarios:
Publicar un comentario