Anxious.
El otro día terminé de leer el último libro de Nickolas Butler (“Algo en lo que creer”) y me dejó completamente frío. Fue muy decepcionante, porque los dos libros anteriores (“Canciones de amor a quemarropa” y “El corazón de los hombres”) me habían encantado. HBO comenzó a emitir la semana pasada la última serie de David Simon, el cerebro que respira detrás de maravillas de la televisión contemporánea como The Wire, Treme, Show me a Hero o The Deuce y del que me declaro un rendido fan. Tenía muchas ganas de que llegara ese día porque su nuevo trabajo es además la adaptación de una novela (“La conjura contra América”) de un escritor por el que también tengo gran admiración (Philip Roth). La serie lleva ya dos capítulos y me he dormido en los dos. No descarto que la cosa cambie en breve (las series de David Simon tardan en coger el vuelo), pero nuevamente ha resultado muy decepcionante. Un amigo de criterio contrastado (y fiable) me recomendó ver la última película de Jonás Trueba (“La virgen de Agosto”). La terminé ayer, a duras penas, sin ser capaz de apartar la vista del teléfono movil, sin que me tocase por dentro en un solo momento y con una extraña sensación de que en realidad no la había visto. Hace quince días que no descubro un disco que me enganche (raro), que es el mismo tiempo que llevo sin escribir un párrafo de ficción.
¿Qué me pasa?
Es obvio. El mundo se ha parado sin pararse y eso, entre otras cosas, genera ansiedad. Es una situación tan extraña e inquietante que provoca escenarios improvisados y reacciones que son desconocidas para todos (o que al menos lo son para mí). Por mucho cerebro que le ponga, por mucha teoría que interiorice, por mucho karma que intente rebañar y por mucho optimismo que pretenda sintetizar a base de trucos de alquimia, la realidad es que al final del día me siento como esos muñecos de dibujos animados que mueven las piernas a toda velocidad y que son incapaces de avanzar un solo milímetro.
Norman Mailer dijo una vez que el papel natural del hombre del siglo XX es la ansiedad, pero creo que se refería a una variedad distinta; a esa que nos ocupaba hace quince días; esa que era posmoderna, y vanguardista y que tenía un punto de insolencia; esa que nos ayudaba a hacer competiciones de natación en un vaso de agua; esa en la que nos apoyábamos para elaborar sesudos dramas de época en torno a una mancha en la camisa; esa que utilizábamos para construir montaña de pensamiento elaborado y melancólico sobre cualquier estupidez. Era una enfermedad tan teórica, tan inocente, tan de ricos, que hoy, mirando a través de esta ventana, me resulta entrañable rememorarla.
Cómo sería la cosa que ni nos dábamos cuenta de lo importante cuando pasaba delante de nuestras narices. Hoy leo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha decidido cambiar la expresión que utiliza para referirse al confinamiento forzoso que se está implantando la mayoría de países. ¿Una tontería? Bueno, no lo creo. A nadie le llamó la atención que hace quince días se empezase a usar la expresión “distanciamiento social” para referirse a dicho fenómeno. Hoy, que la expresión ha sido sustituida por “distanciamiento físico”, entendemos perfectamente que aquello fue un error de bulto. Los humanos podemos separarnos físicamente, pero hacerlo como sociedad sería terrible. Ahora entendemos mejor que socializar no es comprar en un centro comercial algo que realmente no necesitamos. Socializar es quererse.
Lo paradójico del asunto es que yo mismo estoy volviendo a caer en la misma misma trampa (y seguramente volveré a caer mañana, en cuanto volvamos a esa normalidad que todavía no conocemos). Mientras me quejo amargamente porque la ansiedad no me deja emocionarme como antes, y lo hago desde una habitación luminosa en un cuarto con ascensor, con calefacción, con luz, con agua, con internet, con un café humeante delante de mí y con Bill Evans sonando de fondo, estoy leyendo que las favelas de Brasil temen lo que se les puede venir encima cuando les llegué el dichoso virus.
Volviendo al principio, el cierre temporal de las bibliotecas municipales me ha dejado con dos libros aparcados en mi mesilla de noche. El primero tuve que dejarlo antes de las cien páginas (“Los infinitos” de John Banville). Seguramente no era el momento. Del segundo, que habla de la vida y obra de Antonio Machado, me voy a quedar con una reflexión del propio poeta. “Sin el tiempo, esa invención de Satanás, el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza”.
Así que, como no podemos prescindir del tiempo, eso es lo que nos toca hoy: la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza.
Anxious – The Housemartins (1986)
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