Misunderstood.
Ayer hablé con tres personas afectadas por el Covid-19. Están confinadas en casa (como yo), con miedo por lo que pueda pasar (como yo), somatizando hasta la vibración de su propia respiración (como yo) y con una incómoda sensación de no saber dónde estuvo el principio ni dónde está el final (como yo). Una tiene fiebre y las otras dos (ya) no; es decir, como yo también. Vamos, que yo podría ser uno de ellos. ¿Lo soy? No lo sé. De hecho, a ninguno de los tres le han hecho la (dichosa) prueba del (dichoso) virus, así que no son casos oficiales. Dos de los tres tienen seguro privado, pero los tres están en la misma situación. Curioso. Su diagnóstico ha venido siempre, en los tres casos, por vía telefónica; sin contacto físico, sin transferencia de material genético y sin un simple cruce de miradas. “Mire, me pasa esto”, dijeron cuando después de docenas de intentos consiguieron que alguien se pusiese al otro lado de la línea. “Sí, lo tiene”, fue el ajustado diagnóstico que recibieron por parte de vete a saber quién. Pudo ser un reputado doctor de amplia trayectoria, o un animoso estudiante de medicina de esos que han reclutado a la desesperada, o un enfermero aturdido que pocos meses antes se había quedado sin plaza para entrar en el sistema de salud pública. Es más, podría haber sido el celador del centro, o un taxista que pasaba por allí, o el jefe de informativos de Radio Carcoma o yo mismo, porque a estas alturas todos conocemos los síntomas, el nombre científico y las normas de aislamiento.
Es evidente que no es buen momento para enfermar. No ya de Corona Virus, sino de cualquier otra cosa. Ahora mismo es muy difícil encontrar a alguien al otro lado. Lo suyo sería organizarnos y acudir por turnos, pero es que es ahí precisamente donde está el quid de la cuestión. Estoy realmente convencido de que todos tendremos que enfrentarnos en algún momento a esa especie de tribunal sin cara que nos ha caído en forma de virus y que elige arbitrariamente si pertenecemos al grupo de los que pasan el trance con paciencia y Paracetamol o al de los que necesitan ayuda profesional, pero la clave está en saber si, llegado ese momento, la situación nos dejará enfrentarnos a ella con una red de seguridad o tendremos que hacerlo a pelo.
Si el gobierno/administración (lo que quiera que sea eso) logra construir un mecanismo que nos lleve a que el contagio sea escalonado habremos conseguido un éxito sin precedentes como sociedad; el nuevo mundo que nos encontraremos a partir del siguiente otoño (dudo que sea antes) será robusto y además estará cargado de optimismo. Pero si no es el caso (que ahora mismo es lo que parece) me temo que seguiremos jugando a la Oca, predestinados a caer en la casilla de la calavera una y otra vez.
Las tres personas teóricamente infectadas no aparecen en los registros oficiales que maneja la administración (que son los mismos que manejan los medios de comunicación). Ni esos tres, ni muchos otros. Las matemáticas no engañan, pero los números son muy manipulables. De nada sirve hablar de tasa de mortalidad en términos absolutos cuando el numerador puede ser más o menos fijo (suponiendo que la causa de fallecimiento esté correctamente diagnosticada, que no es algo lineal, ni evidente), pero el denominador está cargado de incertidumbre. Es decir, cuando el denominador podría ser esa cifra, o el doble, o el triple. ¿De qué vale un valor tan poco fiable? De nada. Podría tener cierta utilidad en términos relativos, comparándolo consigo mismo y observando su evolución, pero incluso así el ejercicio estaría trucado cuando la forma de medir de la semana pasada no tienen nada que ver con la de hoy, y vete a saber si tienen que ver con la de mañana.
Empiezo a no fiarme de la información que recibo y eso es peligroso. Encuentro fisuras y derrapes en las cosas que fehacientemente conozco, así que el cuerpo me pide dudar de lo que desconozco por completo. Hay un momento en “La Trinchera Infinita”, película que casualmente vi la semana pasada, que me resulta especialmente incómodo. Ocurre cuando todo el mundo ha pasado ya tanto tiempo en la trama que ha acabado asumiendo su papel. Ya no hay héroes, ni esperanza cercana, ni sueños que parezcan susceptibles de hacerse realidad. Lo único que queda es hartazgo, resignación y ese miedo residual que nunca termina de irse. Es ese momento en el que el protagonista ya no reconoce el mundo exterior porque el mundo exterior no existe para él. Su mundo ya es otro. Está tan perdido en su propia realidad que no se fía ni de las personas que lo han salvado. En incapaz de interpretar el universo que le rodea y el universo que le rodea es incapaz de interpretarlo a él.
Hay que evitar llegar a ese punto. Hay que sortear la desinformación y agarrarse a la lógica. Hay que aprender de lo que funciona y también de lo que no funciona. Hay que sacar la cabeza y ver. Y hay que pensar. Aunque duela.
Misunderstood – Wilco (1996)
2 comentarios:
Muchas gracias, Ennio, por enseñarnos tu ventana, que es una forma de que otros veamos algunas distintas a las nuestras (y más en este confinamiento).
Estoy de acuerdo contigo en que hay que intentar evitar la desinformación, pero creo que este virus es algo del que creo tenemos sobredosis de información, y que como en todo, hay que separar el grano del trigo (como en todo, ¿no?)... y con este asunto me parece bastante complicado, porque nadie tiene mucha información... o no toda... no sé si me explico (espero que sí).
En cualquier caso, envidio tu forma de escribir y describir las cosas... y sí, soy otro más de los que echa de menos tus crónicas del Atleti.
Gracias de nuevo...y seguiremos asomándonos a tu ventana.
Un abrazo virtual.
Luisja
Gracias Luisja.
Yo lo que creo es que tenemos exceso de información absurda y exceso de interpretación gratuita sobre montañas de incertidumbre. Eso da la sensación erronea de que sabemos mucho cuando en realidad no sabemos nada.
Un abrazo y gracias por leerlo.
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