Día 2

lunes, 16 de marzo de 2020

Everybody's talkin'

Cuando ayer a las ocho de la tarde me asomé por la ventana para aplaudir, volví a encontrarme con la mayoría de mis vecinos. No hubo consignas, ni gritos patrióticos, sino un prolongado aplauso emocionante que sonó sincero y cariñoso. Fue tan largo, que me dio tiempo a pasar la vista por todas las esquinas del patio. Me pareció extraño, y a la vez reconfortante, comprobar que un cúmulo de casualidades había hecho que esa mezcla imposible de personalidades nos hubiésemos reunido allí en ese momento.

En la ventana que está justo enfrente a la mía había una señora, aproximadamente de mi edad (¿una chica?), que aplaudía junto a una niña pequeña. Al verme que las estaba mirando, y no sé bien por qué, comenzaron a saludarme sonriendo, como si me hubiesen reconocido. Devolví el saludo instintivamente y la sonrisa de su cara se trasladó también a la mía. Fue como un chiste interno o una broma silenciosa de la que nadie más se dio cuenta. Sin decirnos nada, de alguna forma, mantuvimos una especie de conversación que los tres entendimos perfectamente. Fue algo completamente distinto a esa monotonía que últimamente se ha hecho tan fuerte y que tanto se parece al enemigo. La anécdota se me quedó pegada durante un buen rato. Agradecí que me hiciera sonreír en un día en el que no tuve muchas más oportunidades de hacerlo. Pero lo más curioso del asunto es que, a pesar de que llevo diez años viviendo en esta casa, no sé quién es esa mujer, ni quién es esa niña.

Cuando volví al sillón me acordé de una frase de Aristóteles que llevaba recordando durante todo el día; con cada llamada de teléfono; con cada video que llegaba por whatsapp con algún ingenioso conciudadano haciendo humor de una situación tan poco proclive a ello; con cada videoconferencia grupal entre amigos; con cada prueba gráfica de algún anormal saltándose el estado de emergencia; con cada gesto solidario de un personaje anónimo; con cada estupidez de algún político absolutamente perdido, de esos que confunden ideas con odio, o que han sustituido identidad con veneno. Según Aristóteles, si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad no tendrían necesidad de la justicia. Y tenía razón, por mucho que no hayamos sido capaces de comprobarlo más de veinte siglos después.

Ayer me di cuenta de que el ser humano, lo quiera o no, es un ser social. Que incluso en situaciones en que el aislamiento es una cuestión de extrema necesidad necesitamos estar en contacto con nuestros semejantes y especialmente con nuestros semejantes más cercanos. Aunque estén a varios kilómetros de distancia tomándose la temperatura cada quince minutos. Bueno, especialmente en esos casos. Y créanme, sé de lo que hablo. Ayer fundí la batería del móvil hablando por teléfono, escribiendo mensajes, viendo vídeos y haciendo eso tan útil, y tan raro de ver, que es escuchar. Porque uno puede sentirse completamente solo en mitad un estadio de fútbol y puede sentirse completamente arropado en un apartamento de treinta metros cuadrados con vistas al patio interior. A veces basta un poco de voluntad, corazón y una buena wifi. Ya lo dijo Cesare Pavese; todo el problema de la vida es éste: cómo romper la propia soledad, cómo comunicarse con otros.


Harry Nilsson – Everybody’s talkin’ (1969)


 

4 comentarios:

Publicar un comentario