Teach your Children.
A todos nos cambió la vida cuando hace más de quince días se decretó esto que venimos a llamar confinamiento. Ocurrió tan rápido, de forma tan imprevista, que ni siquiera fuimos muy conscientes de lo que estaba pasando y de lo que significaba. Era difícil visualizar entonces la idea de permanecer dos semanas en casa (y lo que te rondaré morena) sin poder salir a la calle, con todas las tiendas cerradas, el mundo parado y las calles vacías. Era complicado ponerse a pensar con algo de nitidez sobre los cumpleaños que nos pillaría en medio, la gente que fallecería sin tan siquiera poder tener cerca a los suyos, los Eurobonos, las vacaciones de Semana Santa, los respiradores hechos con impresoras 3D, o sobre la vulnerabilidad de una economía basada en algo tan vulnerable como el turismo.Nada más lejos de la realidad. Durante aquellas frenéticas veinticuatro o cuarenta y ocho horas (porque no fue mucho más que eso), y aunque ahora nos parezca un chiste, hubo tres fenómenos (¿amenazas?) que básicamente acapararon la charla intrascendente y los foros de Whatsapp (y perdón por la redundancia): el papel higiénico, las actividades de ocio y la obligación de tener a los niños en casa.
La primera de las tres se me escapa. Lo reconozco. Llevo toda la vida estudiando, pero soy incapaz de entender ese fenómeno que llevó a la sociedad española a esquilmar el suministro de papel del váter como si fuésemos una manada de simios desatados. No el agua, o la harina, o alimentos de primera necesidad. No. Un papel de uso muy concreto (permítanme ahorrarme los detalles) que sólo resulta relevante en una parte del mundo, porque en la otra, doy fe, lo tienen solucionado con otros métodos. Creo que si yo fuese un escritor de talento intentaría escribir una novela en torno a este tema porque me resulta fascinante. Del segundo punto, la oferta de opciones de ocio por encima de nuestras posibilidades, seguramente es mejor hablar otro día (o no, ya veremos). Me interesa mucho más centrarme en el tercero.
Si durante esos días uno atendía a los comentarios que salpicaban los medios de comunicación (y uno se los tomaba en serio), la perspectiva de encerrarse en casa con niños (incluso con los propios) se asemejaba más a una tortura de la peor división del ejército nazi que a otra cosa. Para combatir la llegada de esa supuesta versión del apocalipsis, los medios especializados llenaron su parrilla de sugerencias absurdas, típicas de suplemento de periódico engreído, que o bien trataban a los niños como alevines de superhéroes que tienen que pasar cada segundo de sus vidas desarrollando un talento sobrenatural y pensando en el ingreso en Harvard, o diréctamente como imbéciles. La gente adicta a las píldoras mágicas, los papás que se comen esa bazofia (y otras mierdas milagrosas como la música clásica que desarrolla el intelecto, los juegos educativos o la leche de almendra), amanecía horrorizada ante la perspectiva de pasar las veinticuatro horas del día con sus propios hijos sin tener herramientas mágicas o un libro de autoayuda, escrito por el enésimo imitador de Paolo Coelho, que les dijese cómo tenían que hacerlo.
Pues bien, los niños nos han dado una lección. Admito que la perspectiva que puedo tener desde esta ventana es lógicamente muy sesgada, pero esa es la sensación que tengo y esa es la que quiero transmitir. Los niños se han adaptado mucho mejor que nosotros a algo que entienden todavía menos. Es más, es muy probable que ellos nos estén sirviendo más de ayuda a nosotros que nosotros a ellos. Sus cambios de humor son bastante menos frecuentes y bastante menos hostiles. Son capaces de seguir riéndose de las mismas cosas que se reían antes e incluso de otras nuevas; lo cual, pensándolo bien, resulta ser una gran lección de madurez. Han aprendido a manejar todas las aplicaciones digitales de comunicación en apenas quince segundos y sin dificultad alguna. ¿Por qué? Pues porque tenían (meridianamente) claro que su objetivo no era aprender complicadísimas aplicaciones digitales de comunicación porque un señor muy listo dicen en #0 (de Movistar) que eso es lo que hay que hacer, sino que querían hablar con sus amigos y esa era la única forma de hacerlo. Han inventado historias y seriales que ocupan su tiempo sin detenerse en estupideces como tener que plantearse el sentido de hacerlo o para qué sirve. Han aprendido a jugar a distancia. Han aprendido a encontrar su hueco en espacios donde no hay huecos. Aplauden a las ocho de la tarde con más fuerza y más ilusión que nadie. En dos días han pasado de copiar a mano los infumables ejercicios de lengua que aparecen en un infumable libro de lengua a tener que buscarlos en el aula virtual de un servidor colapsado. Y lo hacen; con paciencia y sin tener que escribir un blog para explicarlo y sentirse realizados. Todo lo ejecutan con naturalidad; sin dramas falsificados, ni alegría hipócrita y sin buscar recompensa. No tienen vergüenza o reparo en colgar sus dibujos en la ventana de su habitación para que los demás los podamos ver. Han necesitado veinte segundos para aprender a jugar al Risk o al Catan o al Carcassonne o a cualquiera de esos juegos que les decíamos que eran de mayores. No sólo eso, encima nos ganan. Han aprendido que su cama puede ser una cabaña fantástica y su habitación un universo inexplorado. Ayer, por ejemplo, yo descubrí que todos los muñecos de la habitación de Emma, además de nombre, tienen una fecha de cumpleaños. Los supe porque en la pared apareció una hoja con un listado de todas las efemérides de los habitantes de aquel universo. Ayer, de hecho, era el cumpleaños de Pami, un muñeco que adoptamos en Dublín, y al que le hicimos una fiesta por la tarde. El regalo principal fue un traje de fieltro que habían estado haciendo por la mañana (adjunto evidencia).
Si tengo que quedarme con algo de todos estos días es precisamente con eso. Con la lección que nos están dado. Con lo poderoso que es ese juguete llamado imaginación que llevaba tanto tiempo acumulando polvo y que se nos había olvidado que existía.
Teach your Children – Crosby, Stills, Nash & Young (1970)
1 comentarios:
Cómo me gusta que estés escribiendo este blog. Que lo estés escribiendo y lo que estás escribiendo.
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